Hoy es una de esas tantas noches en que el insomnio ha inyectado mi cerebro y no puedo dormir, lo he intentado todo, desde leche tibia y cosas así, hasta incluso el contar ovejas, cosa que nunca logro porque en cuanto una salta, tengo invariablemente que seguirla y descubrir hacia dónde se dirige, el saber que simplemente continúa corriendo me aburre pero ni aún así logro dormirme y trato de pensar en algo aún más aburrido para conciliar el sueño, pero parece que mi cerebro hoy está más empeñado que nunca en no descansar y seguir dando órdenes a todo mi cuerpo para estar alerta y no dormir. Ahora mis pies deciden bajar de la cama y conducirme hacia la cocina por tercera vez esta noche, quizá mi cerebro tarde unos segundos más en hacerme saber qué se me antoja, mientras tanto mis manos abren ya la puerta de la cocina y mis ojos no tardan en abrirse desmesuradamente al contemplar lo que ahí sucede: del paquete de pan que sólo hace menos de media hora dejé sobre la mesa, se dirigen las rebanadas de dos en dos hacia la tostadora, de la que van surgiendo cada pareja totalmente tostadas y con una sonrisa de lado a lado, todo ahí parece haber enloquecido, la licuadora canta a grandes voces una canción un tanto extraña, pero indiscutiblemente alegre, a la vez que jitomates, zanahorias, y otras legumbres abandonan en una alegre marcha el refrigerador para encaminarse hacia el fregadero, donde de las llaves de agua se desbordan grandes cataratas sobre de las cuales los limones se deslizan dando gritos de júbilo; mientras.... yo no alcanzo a reaccionar, estoy petrificada en la puerta donde aún nadie se ha percatado de mi presencia, observo enseguida hacia donde mi hamburguesa abandonado ha cobrado vida y con una cara de disgusto se embarra un poco más de mostaza y ordena a un gran chile (que se niega a cumplir semejante orden), que se parta en dos y entre a formar parte de su guarnición, volteo hacia el otro extremo y descubro con azoro que las vajillas y las copas han escapado del comedor, todos están allí: tenedores, cucharas, platos, platitos, tazas, incluso las copas brindan y cantan con un aire de festejo envidiable, ante esto, sólo atiné a preguntarme cuál sería tal motivo y al no encontrar una respuesta adecuada en mi mente, sigo observando con inesperada alegría aquella fiesta nocturna, donde el ruido producido por las cucharas al bailar y los cantos de las legumbres y la licuadora contienen un estupendo ritmo y deseo con ferviente anhelo que la fiesta dure más tiempo y doy gracias a mi insomnio por haberme convertido en un alegre observador de esta danza locuaz e inesperada y lo único que acude en este momento es que quizás nunca volveré a ver a estos... seres??? de la misma aburrida e indiferente manera en que los había visto antes, una simpatía enorme se ha apoderado de mí... y hoy , siete días después, me sorprendo tarareando su canción y sonriendo con los vegetales, que impasibles e indiferentes me ignoran, pero yo sé que su alegría está ahí y aunque he regresado todas las noches posteriores a su fiesta, nunca he logrado volver a observar esa alegre danza en la cocina....................

FIN


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